Monday, May 5, 2008

Lunes en la filarmonía. Daniel Barenboim conduce la Staatskapelle de la Staatsoper de Berlín.

Concierto de violín opus 36 de Arnold Schönberg.

Es vivir en cubos, colores monótonos, en líneas, en Kandinsky y Grosz. Soles que nacen de ningún lado, o cronos con dos o más cabezas.



La novena de Bruckner. 

Solamente dos compositores (o creadores) escribieron una novena sinfonía después de Beethoven:

Gustav Mahler. Que sería la décima, si no hubiera llamado a la que precedía "Canción del mundo" y fuera entonces esa la novena. Y Bruckner. Quién de manera humilde rindió homenaje sutil a Beethoven y a Wagner.

A Beethoven con la pregunta que formula en su novena, la pregunta sobre el futuro de la esperanza.

A Wagner con la súplica por compasión y esperanza. 

"La búsqueda de la respuesta es reconciliadora, pero no es afirmativa"  Es difícil, es toda la dicha y toda la histeria por un mundo de industria tan lejos de dios, de la trascendencia y la humanidad. Busca de manera necia, necio es Bruckner porque cree en un mejor porvenir y trata de disolver esta perdida del más allá en su repetición. Como si se adelantara al tiempo, llegara a la post-modernidad y al repetir su discurso de melancolía, quisiera deconstruirlo hasta que desapareciera. A veces da pie a las flores y a la luna creciente. Son momentos fugaces. Desearía que no hubiera compuesto esta obra, pero sería cerrar los ojos a una realidad. Hermosa en su profundidad. Pienso que Nietzsche llevaría pocos años de loco y estaría a seis de su muerte cuando Bruckner realizaba esta obra.

Desde el principio hasta el final, pensaba que quizá solamente mi tío Victor y Rodrigo sentirían el fluir de la sangre de pies a cabeza como lo hice yo. Que ganas de que estuvieran en estos momentos.


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