Sunday, March 8, 2009

La costa amálfica, Wagner y la liberación del humano. Erlösung.

La primavera parece que quiere llegar, parece que no.
El sol se deja ver un día y al siguiente las nubes se hacen presentes.
Así es la vida en Berlín, su cielo de mercurio, sus casa en tonos breves, gris, café, amarillo claro.
Pero en sus entrañas hay otros colores, donde sigue predominando el azul, pues siempre he creído que es el color que tiene la palabra Erlösung.

En Berlín pocos se han inspirado, por lo general aquí solo se replica, se trabaja de manera instintiva. Si el cielo dice mercurio, el pintor lo refleja en sus cuadros, el escritor en sus páginas... Para dejar mis teorías, un par de ejemplos: Gottfried Benn y Lasker-Schüler y en la pintura (más bien el dibujo) George Grosz y Kirchner bien retratan a Berlín. La ciudad replica y perfecciona, la prueba está en sus teatros, exposiciones y para mí modo de ver y escuchar, muy especialmente en la Filarmónica y en la Ópera Estatal en Unter den Linden. O la Lindenoper para los que le tenemos cariño. Regresaré a este punto.

Si bien en Berlín se fusiona la ciudad con la historia con el autor y sus sentimientos, en la costa amálfica (cuna de la Orden de Malta) uno solo puede preguntarse sobre la trascendencia del ser humano. La virtud de la naturaleza y la cultura, la belleza en la sencillez de la gente, los atardeceres rubíes y cerezas, la infinidad de un mar mediterráneo que tiene la historia de océanos.

En este suelo y con la vista a este mar y cielo Wagner compuso su última obra. Parsifal. Que no es más ni menos que la cuestión sobre la liberación del ser humano (Geist) de la historia, de la sociedad y sus límites.

La overtura nos eleva progresivamente, despacio hasta un éxtasis, en el que pregunta Gurnemanz: "¡He ho! ¡Levantaos guardabosques!"
Termina con la repartición del pan.

Toda la obra nos lleva en un viaje interior a los deseos que tenemos para un futuro mejor. Quizá menos humano y más solidario. Menos humano en el sentido, de dejar esas mañas humanas que son la guerra, la codicia, la negatividad - que no es pesimismo-.

Campanas, voz, y Daniel Barenboim


Hace tres años escuché a Parsifal en la Lindenoper, en el Festtagespiele. Dirigía Daniel Barenboim, cantaban René Pape, Christoff Fischesser... La piel la tenía de gallina durante 6 horas. Si las gallinas pudieran sentir esto se le haría justicia a la expresión. Piel de asombro y de introspección. Corre el rumor de que Nietzsche desmayó tras escuchar esta aberración al humano y sus monumentos. Supongo que este sentimiento de profundo asombro hace a esta obra tan terrible, su profundidad nos apabulla. Pero también nos levanta.

Escribo esto porque esta semana me enteré que el viernes pasado y mañana se volverá a presentar la producción que he visto, sin embargo con un gran monumento a la voz humana, Plácido Domingo.

Los boletos están agotados. Mas si he de tener que esperar tres horas, emocionado para conseguir uno, sería reparar para una visión única.

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